Peregrinación a Tacueyó

Semillero de Comunicación

La gobernadora Cristina Bautista y varios miembros de la Guardia Indígena asesinados en la vereda La Luz de Tacueyó, Cauca, despertó la solidaridad de los arzobispos de Cali y Popayán. Decidieron hacer un gesto fuerte de acompañamiento en respuesta a la gravedad de la situación.

La peregrinación a Tacueyó estuvo cargada de esperanza para el pueblo indígena. Había mucho temor por las amenazas; los medios de comunicación más reconocidos del país no se atrevieron a acompañar la caravana, estaban amenazados. La travesía estuvo llena de incertidumbre, pero, en medio de la zozobra, pudo más las ganas de decirle “no más” a la violencia, al afecto por nuestro pueblo indígena, arroparlos con la colcha del amor en medio de tanto dolor. Con la ilusión y el mensaje fraterno que Jesucristo enseñó: “ama a tu prójimo como a ti mismo”.

La jornada empezó muy temprano: a las 5:30 am dos chivas llegaron al Centro de Pastoral y Espiritualidad Afro de la Arquidiócesis de Cali, el primer punto de encuentro. Ahí cargamos provisiones para el camino y la Cruz de la Fraternidad entre los pueblos, un signo formado por cuatro brazos, cada uno representando una etnia, pero todos entrelazados estrechando las manos como un único pueblo hermano. Entre todos forman la cruz. El grupo lo conformaban varias organizaciones: delegados de la Diócesis de Palmira y de la Arquidiócesis de Cali, con su Observatorio de Realidades Sociales y su Pastoral Afro. También lo integraban gente de la Academia, de la Coordinación Regional del Pacífico, entre otras.

Media hora después, las chivas llegaron al frente de la estación Universidades del MIO, sitio de encuentro antes de salir de Cali; allí esperaban un grupo más numeroso de personas; sacerdotes, representantes del Banco de Alimentos, periodistas de varios medios locales y nacionales encabezadas por monseñor Darío de Jesús Monsalve Mejía, Arzobispo de Cali, con ellos, miembros de la guardia indígena, los más afectados por los ajusticiamientos de grupos al margen de la ley. Antes de partir, la delegación de la Pastoral Afro animó la comitiva con cantos alusivos a la lucha del pueblo: “… Vamos a sacar al pueblo adelante / Le canto a mi tierra con amor / porque la llevo en el corazón” … Partimos con los ánimos arriba hacia Santander de Quilichao escoltados por motorizados de la policía hasta el río Cauca, el límite con el Departamento del mismo nombre. Allí fueron relevados por una camioneta de uniformados, supusimos que por temas de jurisdicción. El viaje siguió animado por canciones a ritmos de tambor, cununo y guasás, una recarga de alegría para contagiar a quien nos viera pasar. Una parada en la sede de la Organización Nacional Indígena de Colombia, ONIC, en Santander de Quilichao, sirvió para recibir un reporte de la situación de la zona del encuentro. Al partir nos despedimos de varios medios de comunicación que semanas antes habían sido advertidos por los grupos ilegales de que no serían bien recibidos.

Caloto, la tierra de la Niña María, fue la siguiente escala, en la estación de bomberos voluntarios. Ahí recibimos con alegría a la delegación de Popayán, encabezada por su arzobispo, Luis José Rueda Aparicio. Monseñor Darío de Jesús Monsalve, de Cali, le recibió con un abrazo y juntos elevaron una oración, en medio de canciones latinoamericanas de pueblos en marcha. Agradecieron a los presentes el valor de acompañarlos en el peregrinar. Se recibieron en ese momento mensajes de apoyo de varios sectores de la sociedad, en especial de obispos de otras diócesis. 2 chivas y 14 vehículos, con representantes de las dos arquidiócesis y organizaciones de la sociedad civil avanzamos hacia Tacueyó, en las montañas del Cauca.

La cruz de la fraternidad encabezaba la caravana, junto a banderas blancas y mensajes de dignidad y paz. Las familias a su paso agitaban los brazos sonriendo por el gesto de los visitantes. Ya no contábamos con acompañamiento de la policía, pero era constante la presencia de personal del ejército a lo largo del trayecto.

Las carreteras destapadas pusieron en aprietos a la cruz de la fraternidad que casi cae del vehículo, como alegoría a los indígenas caídos en las últimas semanas. Los miembros de la guardia indígena que punteaban la caravana descendieron de la camioneta para ingresar a las chivas; pidieron que los arropáramos con nuestros cuerpos al interior de los vehículos: acabábamos de ingresar a la zona más riesgosa, ser visibles en ese territorio les representaba un peligro inminente.

Algunos integrantes de la comunidad se unieron en motos y guiaban el trayecto. los vehículos se detuvieron dos horas después de salir de Corinto, junto a los restos incinerados de la camioneta Toyota donde se desplazaban la gobernadora Cristina y sus acompañantes. Seguía plantada en el lugar, tal como la dejaron los victimarios; los mismos que le prendieron fuego unos días después.

Los grupos descendimos de las chivas y los vehículos a unos metros de distancia. Se dispuso junto a los restos incinerados la cruz de la fraternidad, los dos arzobispos y después todos los acompañantes caminamos hasta el pie del vehículo y lo rodeamos. Los prelados oraron con salmos de arrepentimiento y de solicitud de misericordia, por las víctimas y por sus victimarios. Los músicos cantaron acompañados por las notas de la guitarra y muchos de los presentes. El dolor de la tragedia, los restos de metal, los vidrios derretidos y el polvo de caucho que quedaron del fuego conmovieron a todos, hombres y mujeres, indígenas y foráneos. Fue inevitable regresar con la mente al día de sus muertes. El Observatorio de Realidades Sociales extendió una colcha con los colores de la bandera y con ella cubrió a los presentes en oración, canto y meditación. También se desplegó una larga bandera de Colombia.

Este símbolo de esperanza cubrió indígenas, mestizos, afrodescendientes; cada quién prestaba su mano para levantarlo sobre la cruz de la fraternidad, los restos del vehículo y todas las personas. Tres miembros de la guardia indígena; dos adultos y un niño, se acercaron a observar las partes del vehículo; miraron atentamente cada detalle. El niño se concentró en un orificio de bala de una de las puertas, mientras su padre le explicaba lo sucedido. Los alabaos, los cantos fúnebres del Pacífico, entonados por cantoras de la Pastoral Afro, reemplazaron a los cantos de guitarra. Los obispos extendieron la bandera de Colombia, pasándola entre los asistentes para rodear los restos de la camioneta al momento, cubiertos por la colcha de colores y ofrendas de flores que los asistentes dejaban poco a poco. La escena de dolor se convirtió en paisaje de esperanza.

Dejamos los restos del vehículo arropados con la colcha y las flores. Partimos en procesión hasta la vereda La Luz, el punto donde se inició el ataque contra Cristina y sus acompañantes. La cruz de la fraternidad y la bandera de Colombia guiaron el camino. La presencia de militares seguía siendo una constante. Los obispos dirigieron el Ángelus en su cruce principal a las 12:00 pm. Se hizo un minuto de silencio y luego 3 minutos de aplausos. Varias iglesias de Colombia la replicaron al unísono junto al sonar de las campanas. Se lanzaron arengas en cada una de las paradas: “A la vida todo, a la muerte nada”; “El Cauca es jardín de paz, no fosa común de los violentos” … Subimos a los vehículos y nos dirigimos a la parada final: el templo de la Parroquia Nuestra Señora del Tránsito. A las 12:30 pm toda la comitiva estaba en sus instalaciones. Las autoridades indígenas de la zona y los dos arzobispos se reunieron y, frente a los asistentes, plantearon la necesidad de soluciones más cercanas a las necesidades de las comunidades, a posturas de diálogo que preserven vidas. La Eucaristía, con una asamblea de gente de Tacueyó y las zonas cercanas, inició a las 2:00 pm. Muchas personas escucharon desde afuera, en asientos y gracias a los parlantes dispuestos por colaboradores de la Parroquia. 30 sacerdotes de Popayán, Cali y Palmira, concelebraron con los dos arzobispos, en compañía de religiosas, laicos misioneros y su comunidad, indígena en su mayoría. Fue el momento culmen del peregrinaje: la comunidad agradeció a través de su párroco el gesto de la visita; aplaudió con ganas a los miembros de la caravana. Los peregrinos aplaudimos a la comunidad en respuesta, por su valentía en medio de la situación.

Antes que la misa terminara, el cielo se oscureció y el ruido de una detonación se mezcló con el de truenos lejanos. El arzobispo de Popayán informó sobre camionetas de grupos armados merodeando en la zona. Mientras la gente del Observatorio de Realidades Sociales jugaba con una colcha de colores con los niños de Tacueyó en la plazoleta y otros almorzaban, se dieron instrucciones de subir de inmediato a los vehículos. El personal de la guardia indígena se quitó los chalecos, guardó sus bastones de mando e ingresó de nuevo a las chivas. Trataron de no quedar visibles hacia el exterior. Hacía poco uno de sus compañeros fue asesinado en la zona. El regreso a Caloto, Santander de Quilichao y Cali continuó sin contratiempos. Se inyectó ánimo y esperanza a nuestros hermanos.

La peregrinación a Tacueyó deja grandes interrogantes. ¿Cómo es posible que continúen los asesinatos aún con presencia de fuerza pública? ¿Por qué tanto ejército no representa ninguna tranquilidad? ¿Cuál será la salida a la crisis de violencia en el norte del Cauca?

Las comunidades indígenas merecen una mejor condición de vida y desde hace demasiado tiempo. La caravana quiso cambiar odio por amor, resaltar el heroísmo de la guardia indígena, ahora objetivo militar, con su sabiduría y sus bastones de mando como defensa. Pero las respuestas pasan por un verdadero respeto a su autonomía, sus derechos específicos y su voluntad de paz.

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