El 7 de mayo se publicó un artículo en el periódico El País de Cali (leer artículo) que causa indignación por algunas de sus afirmaciones: define una Cali dividida entre «la Cali pobre y negra» y «la Cali blanca y rica de donde surgen los ‘doctores’».

Sería muy bueno que Diego Martínez Lloreda continuara tan invisible como lo ha sido, en su columna de lenguaje neo-con, como llaman los gringos a los neoconservadores. Nada hubiera pasado si hubiera sido cualquier desconocido el que hubiera escrito un texto racistoide en una columna por ahí. El problema es que Martínez Lloreda es el subdirector del diario El País, uno de los más leídos del suroccidente colombiano. También ganó el Reconocimiento Clemente Manuel Zabala a «un editor ejemplar» en 2018 y es integrante de la familia Lloreda, la que ha puesto candidato a la alcaldía de Cali y lo intentó con uno a la Presidencia, con Rodrigo Lloreda Caicedo en 1990.

Martínez Lloreda publicó en su columna de opinión una comparación entre Cali y Medellín donde habla de «las mejorías innegables» de la ciudad respecto a la población del oriente. Pero lo que levantó las alarmas fue que afirmó que «una es la Cali pobre y negra de donde salen los futbolistas y las empleadas del servicio, y otra es la Cali blanca y rica de donde surgen los ‘doctores’». El editor y columnista continua comparando la «Cali negra» con la «Cali blanca». Lo que hace, en un intento de llamar a la unidad, de justificar el comportamiento de la población que no acata el confinamiento, es caer en un lenguaje anacrónico, típico de las conversaciones callejeras de la década de los 80.

Se nota que el «editor destacado» no pisa la ciudad «al otro lado de la carrilera» desde hace mucho. La población de los sectores cercanos a la vía férrea hace décadas que son étnicamente diversos; el grueso de la población afro está más allá, pasando la autopista Simón Bolívar. Los cambios son tantos que unos ponen esa «barrera racial» varias cuadras más allá, cerca de la Ciudad de Cali.

Es probable que Martínez Lloreda esté reflejando la manera de pensar de buena parte del status quo caleño, que todavía piensa que ir al Distrito de Aguablanca es más peligroso que atravesar El Calvario. La misma que no ve nada raro en el episodio de «usted no sabe quién soy yo» que protagonizó el editor en 2017. Está en lo cierto cuando afirma que «estamos comiendo de nuestro cocinado», por no haber promovido «una ciudad en la que quepamos todos». Se equivoca terriblemente cuando no deja claro quién es ese nosotros que cocinó. Los estudios sociodemográficos de Fernando Urrea Giraldo muestran que la severa división entre el corredor norte-sur de la ciudad y los sectores del oriente y la ladera no es ninguna casualidad. Sigue un claro delineamiento racial y llegar a ese nivel no es para nada accidental. La racialización de la pobreza ha sido una decisión de la ciudad desde hace décadas y las poblaciones afro e indígena poco o nada pueden saber de esa escogencia. Solo algunos pocos iniciados en el tema pueden rastrear las elecciones de política pública y compararlas con los grupos étnicos en los mapas temáticos de la ciudad. Si los pueblos oprimidos de Cali supieran sobre lo que se decidió y sus consecuencias, sin duda se lo hubieran cobrado a la élite política caleña hace mucho tiempo.

Así, «el fracaso de los caleños» al que alude Martínez Lloreda no es el de todos sus habitantes, es el de una élite que ha decidido establecer una clara segregación y ha pospuesto la equidad a cambio de meras «mejorías». Una élite de la que él, claro, siempre ha hecho parte.

Cali sigue gastando mucho más en un vecindario de estrato 5 que en uno de estrato 2 que no tiene carreteras pavimentadas, áreas verdes, ni educación y salud de la misma calidad que los del sur y del norte.  Y no sólo desde los 90. ¡Ni hablar, pues, de la seguridad, en una ciudad donde vastos sectores perciben la Policía más como un ejército de ocupación que como un servicio público!

Se esperaba, de parte de un editor premiado en un periódico más leído de lo que merece, una visión más amplia y más cercana a la ciudad, más lejos de racismos desafinados y más cerca de la «plurietnia y la multicultura» de nuestra constitución. Su discurso, aunque reconoce las discriminaciones, pone en evidencia la necesidad de educar a las élites locales acerca de la realidad que vivimos, mucho más compleja y rica que sus visiones en «blanco» y «negro», que en nada ayudan a construir una Cali para todos. Pero Martínez, desde su distante oficina, no la encontrará mientras evite de forma minuciosa las palabras «equidad» e «inclusión».