El pueblo afro construyó culturas, en Colombia y América Latina, con todas las dimensiones y complejidades que eso implica. También hizo arquitectura, como todos los pueblos de la tierra. Tomó elementos del ambiente y los acomodó a sus necesidades de vivienda, que también son arte y diálogo con su entorno social, familiar, económico, etc. No empezó, por supuesto, en América.
Casi nadie en el mundo desconoce las pirámides de Egipto, pero la gran mayoría no conoce su impacto político y cultural en su época de apogeo, cuando esa nación era la potencia dominante del Mediterráneo. Mucho menos se conocen Timbuktú, la civilización de Zimbabue y muchas otras, todas con una arquitectura propia, única en el mundo y con características africanas, es decir, su identidad y su belleza.
La esclavización y la colonización pretendieron negar esa herencia y hacerla desaparecer. La exclusión y la marginalización basada en el mero color de la piel de la época republicana empequeñecieron la creatividad del pueblo y le impidieron alcanzar todo su esplendor. Así y todo, doscientos años después, tenemos ejemplos como la típica vivienda afro del Caribe, que el turismo usa para vender el paraíso idílico de playa y mar azul. Suele omitir precisamente su origen afro y la profunda necesidad de reconocer a los pueblos que le dieron origen. Sanandresanos y nativos de Providencia saben que el estilo, el color y los materiales de sus construcciones, hacen parte de lo bello y lo propio de su territorio. Sus parientes de Jamaica y la costa nicaragüense de Mosquitia, igual que todos los del Gran Caribe, bien pueden decir algo parecido.
El pueblo afro, solo en Colombia, no abarca una sola cultura, es un compendio de muchas y cada una tiene riquezas y adaptaciones de lo indígena, lo hispano y su herencia africana. Se logró perpetuar los saberes de las regiones de África de donde provino cada población específica. El Pacífico, el Caribe, el norte y el sur del Cauca, los espacios afro poco visibilizados de la zona andina y los nuevos desarrollos en la amazonia y la orinoquia… Todos tienen expresiones particulares en su vivienda. Su construcción, en muchas partes un trabajo comunal, se levanta sobre el agua, cultiva sombra en medio de soles severos y le dedica espacios especiales a la relación con su vecindario. Hace parte integral del proceso de apropiación del territorio.
Ríos, esteros y costas en el Pacífico se usan para orientar las calles, distribuir el espacio entre la tierra que se cultiva y pescados y moluscos que sirven de alimento; es expresión natural de familias extensas y redes de compadrazgo. La azotea donde la tierra es muy húmeda o el árbol y la sombra en las tierras secas, hacen posible la pequeña huerta y el intercambio de condimentos y plantas medicinales.
La arquitectura demuestra, como dice el Evangelio, que “no se puede esconder una casa puesta en la cima de un monte”. Las grandes extensiones selváticas que se despreciaron en el pasado, encontraron valor en los siglos XX y XXI. Valorarla como mera mercancía sin gente, llevó a expulsar a millones de propietarios legítimos hacia las ciudades para robarles sus tierras. Es indispensable valorar todo lo que se construyó en sus territorios de origen sin descuidar lo que se desarrolló en la ciudad para vencer la marginación y el empobrecimiento. Actores armados o simples imposiciones institucionales en los territorios ponen en riesgo el manejo sabio de los materiales y su uso apropiado para zonas entre las más lluviosas del mundo, o costumbres que refrescan en las muy secas.
Las ciudades permiten el desarrollo individual, pero reproducen la segregación espacial urbana, condena los barrios de mayoría afro al abandono. En vez de esperar a que el pueblo negro deje de ser mayoritario y el barrio deje de ser peligroso para valorarlo, es mucho mejor reconocer la solidaridad, el trabajo colectivo y hasta la creatividad de callejones y laberintos que esconden viviendas ilegales. Niñas y niños, el gran tesoro afro-renaciente, nos enseñan que todo espacio se puede usar para jugar, si vecinas y vecinos les cuidan como si fueran suyos. Mayoras y mayores aprovechan el balcón adornado o el mentidero para transmitir saberes; las mujeres lideran las cocinas en construcciones casi autónomas y la relación con el agua en el lavado comunitario. La juventud es clave en áreas educativas, deportivas y culturales; no es de extrañar que sea la que más cuestione órdenes políticos excluyentes que niegan, posponen o malversan los espacios colectivos. Cada vez es más evidente que una pequeña inversión en ellos tiene un gran impacto. ¿Qué pasará cuando el pueblo afro y sus vecinos se apropien de sus bibliotecas, hoy casi inexistentes, y las usen para eso y más?
Urbes grandes y pequeñas también pueden ayudar a valorar las viviendas de quienes lograron salir a punta de estudio y trabajo. Es indispensable que niñas, niños y jóvenes tengan referentes positivos en sus propios barrios, se retenga la memoria de sus territorios en construcciones que utilizaron materiales tradicionales y fueron cuna de lideresas y líderes. Ahí donde nacieron avances verdaderos y sostenibles, pueden reproducirse otra vez.
Del mismo modo, el racismo arquitectónico en Cali y muchas otras ciudades puede visibilizarse y desterrarse: viviendas de estratos altos parecen monumentos a la discriminación. La empleada doméstica, normalmente afro, indígena o campesina, se relega a un espacio inhumano. Su habitación suele ser descomunalmente pequeña, con materiales de segunda y baños que parecen closets. El contraste con la casa elegante a la que sirve no puede ser mayor. El verdadero monumento a la herencia africana, en el corazón de barrios y ciudades, todavía está por construirse.
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Bibliografía
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Salamanca Sarmiento, Damian S. (2022). Prototipo técnico de vivienda agro-productiva rural por auto construcción en Vigía del Fuerte, Antioquia para la comunidad afro. Pro-Vi-Agro. https://repository.uamerica.edu.co/handle/20.500.11839/8790. Usa como referente al Centro de Desarrollo Infantil El Guadual en Villa Rica (p. 35) y otro prototipo en El Torno, en La Mojana. Define el ideal y el proceso para el aprovechamiento del contexto socio-ambiental. Recomendamos ver el CDI en https://vimeo.com/92429538.
La tradición original de la construcción afrodescendiente NO empieza en América. El Continente Madre tiene algunas de las obras más importantes de la humanidad desde el principio de los tiempos. Las grandes obras del imperio egipcio son solo una muestra. Europa las conoció y hasta las dañó, pero el África al sur del Sahara tiene riquezas igual de importantes, como el Palacio del Rey en Nyanza, Ruanda (interior arriba, exterior en el recuadro), la ciudad de barro de Timbuktú o las ruinas del Gran Zimbabwe.
Recuadro: Foto: Yakov Fedorov – Wikimedia
Las fortificaciones que rodean Cartagena se construyeron con la sangre y los huesos de los esclavizados. Ni siquiera san Pedro Claver logró humanizar las relaciones con los africanos secuestrados y esclavizados. Cientos de miles pasaron por sus calles camino al Caribe, México o Perú. Pocos se quedaron, pero sus expresiones culturales marcaron la ciudad. Artesanos mulatos fueron clave en su independencia. Sin embargo, las viejas exclusiones coloniales hoy impiden reconocer la historia afrocartagenera en toda su profundidad.
Recuadro: Foto: Correo de Lara, 2022
San Basilio de Palenque, con su lengua propia y sus múltiples espacios calcados de África, resume mucha de la herencia hoy dispersa por los países andinos. Hace parte de un sistema más amplio y complejo que abarca el litoral caribe. El bohío en bahareque se construye en comunidad desde hace siglos, igual que los espacios festivos, como las fiestas patronales. Las corralejas, un ejemplo insólito de plazas de toros móviles en madera, son manifestaciones de poder local. La vivienda popular, en cambio, tiene estructuras paralelas para lavado, cocina y pequeño negocio. Se integran a la casa según la necesidad; evidencian la versatilidad cultural que las mantiene vigentes.
El Departamento insular tiene una tradición diferente, con influencia inglesa y de la religiosidad anglicana y, en especial, de las islas paradisíacas del Caribe. Se le suman influencias holandesas, como las de Aruba y Curazao, de las minorías asiáticas, pero sobre todo de su mar azul y sus playas blancas. El resultado son viviendas de mucho color elaboradas en madera con amplias ventanas, para el clima cálido. Su influencia se extiende a varias áreas turísticas, incluso tan lejos como Puerto Limón, Putumayo.
Una figura de la arquitectura mundial se enamoró de la capital del Chocó y se quedó. El catalán Luis Lach diseñó el cementerio, el centro penitenciario, el Colegio Carrasquilla y lo que hoy son los palacios municipal y episcopal, entre otras. Pero sus obras, fruto de un tiempo en que el Departamento era rico por los precios del platino, no son tan visibles como la catedral de San Francisco. Este trabajo del hermano claretiano Vicente Galicia y el chocoano Oscar Castro Conto, construida de 1946 a 1979, hoy domina el paisaje del malecón del río Atrato. (Otro punto de vista en Johnson, 2008.)
El mercado de Lorica, Córdoba, es una muestra de las culturas que se mezclaron en el Caribe colombiano. Manuel Zapata Olivella, el célebre autor loriqueño, proponía el “mulato cósmico” como evidencia del mestizaje entre indígenas, africanos, españoles e incluso algunos árabes. La idea de la “costeñidad” escondió las severas discriminaciones hacia los pueblos afrocaribeños; los mismos que trabajan la arena a pocos metros del mercado. Hoy organizaciones e investigadores afro demuestran que las discriminaciones por el color de piel son muy similares a las de todo el mundo y que su reconocimiento saldrá de su fortaleza organizativa. Lorica comparte con Mompox historias de río, como las cantó Candelario Obeso; si se promovieran, mejorarían la vida de las comunidades ribereñas. (Otro punto de vista en Peña, 2014. Ver el interior del mercado en El Campesino, 2016 y Carrión, 2019.)
Una casa sobre el agua, más aún si es sobre el mar, es expresión de una forma de ver el mundo. Los pueblos afrodescendientes del Pacífico y el Caribe, desde una relación flexible con el medio ambiente, mezclaron saberes indígenas y africanos para crear vecindarios anfibios. El conocimiento detallado de más de 67 especies maderables les permite levantar bosques transformados en viviendas sobre ríos, esteros y costas bajas. Ejemplos de localidades anfibias son Santa Cruz el Islote, la isla más poblada del mundo en el Departamento de Bolívar; Puerto Saija (Timbiquí, Cauca) con sus casas flotantes y Nueva Venecia, en la Ciénaga Grande del Magdalena, Santa Marta, pueblo con más agua que tierra. (Otros puntos de vista en Buenaventura: La Playita y Puente Nayero.)
Esta es una conquista de las mujeres. El suelo húmedo del Pacífico no deja crecer muchas de las hierbas medicinales, aromáticas y demás que la mujer afro usa a diario. También los animales, propios y extraños, destrozan los pequeños cultivos. La solución fue crear una mesa y adaptarla para sembrar las maticas que se necesitaban frescas. La técnica y la solidaridad avanzaron y ahora hasta permiten exportar cultivos sabrosos y saludables a las ciudades.
Las viviendas del Pacífico colombiano se levantan sobre el suelo y llegan a hacer difícil entrar. Las razones son arquitectónicas: proteger la casa de un terreno que se inunda fácil por las lluvias abundantes. También es algo práctico: debajo ponen las gallinas, se guardan las herramientas y todo lo necesario. La mito-pedagogía dice que se busca que espantos y demonios se tropiecen y no entren. Igual, así se mantienen a raya cantidad de animales pequeños, insectos agresivos, además de serpientes, alacranes y especies que las urbes apenas si se imaginan.
Los pueblos marginados, si la ciudad les niega el uso de la tierra, se van junto al mar, al río o al humedal. Fragilidad y pobreza contrastan con la cantidad de técnicas para afirmar el terreno y ocuparlo lo más pronto posible. La galemba (troncos, conchas, escombros, residuos…) se usan para casas de emergencia. El conocimiento logra que sus expertos se inserten, poco a poco, en las obras civiles (Rentería, 2022), abren campo a negocio y empleo, hasta legalizar el barrio. ¡Otra cosa sería si los estados regularan a favor de los suyos!
Las ciudades en Colombia las llaman “invasiones”, pero el término correcto es “asentamientos humanos de desarrollo incompleto”. Los misioneros hablan de “la ternura de los pobres”, la solidaridad que hace posible que un rancho se levante con unas cuantas tablas y que familias recién llegadas coman. Son las formas de vivir que dieron luz a ollas y comedores comunitarios. Vecindarios vibrantes mejoran con el tiempo, cumplen de forma espontánea reglas que hasta los mejores urbanistas desconocen. Un intento inicial de regulación local puede verse en Quito, Ecuador (Hexágono Arquitectos, 2024 – ver en Modo lectura). Una visión panorámica de un asentamiento está en ArchDaily.
Los habitantes de una calle en el puerto más importante de Colombia declararon su territorio como “Espacio de Vida, Espacio Humanitario y Zona Humanitaria de Protección”. Exigieron a las autoridades solo hacer presencia en sus alrededores y a los grupos armados salir de su área. Destruyeron la “casa de pique” donde se partía gente en pedazos y la cambiaron por espacios de alegría. Los riesgos eran y son inmensos, ahí donde el terror es la norma, pero construyeron sus logros desde la comunidad misma. Este Espacio Humanitario puede conocerse mejor en El País, en Pares, Peace Presence, Justicia y Paz Colombia y Pacifista. Esta imagen se pensó como carátula del almanaque; no se pudo por dificultades técnicas.
Otros espacios, como el albergue humanitario del río Raposo, son respuestas comunitarias convertidas en construcciones donde lo que prima es la intención de auxiliar a vecinos y parientes, más que la excelencia técnica. Una vez más, la iniciativa desde abajo se adelanta a infraestructuras costosas con resultados mucho más eficientes.
“Tenía que bañarme sentada en el inodoro”. Otra dice que “para pasar al baño sólo podía hacerlo de lado, tocando la cama”. Mansiones, fincas y apartamentos escogen el lado más oscuro y húmedo para la pieza de la “muchacha del servicio”. Terminamos, igual que el Padrenuestro, con “líbranos del mal”: de una arquitectura perversa fruto de una mentalidad que considera un trabajo durísimo como “un favor”, que esconde monumentos a lideresas y líderes afro y piensa la ciudad como si los barrios marginados le sobraran…