A mitad de diciembre del año pasado llegó una gran noticia para el pueblo afrodescendiente, negro, palenquero y raizal de Colombia. Las Fiestas de Adoración al Niño Dios en el sur del Valle del Cauca y en el norte del Cauca son reconocidas como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación. Luego de un largo proceso desde enero 2023 la postulación de las comunidades de 10 municipios fue aceptada por parte del Consejo Nacional de Patrimonio del Ministerio de las Culturas las Artes y los Saberes. Quiere decir, se ha elevado las fiestas al mismo nivel de importancia como, por ejemplo, las músicas de marimba y cantos tradicionales del Pacífico sur de Colombia, el Carnaval de Barranquilla y el Carnaval de Negros y Blancos de Pasto. “Es un logro histórico y una gran noticia para mi comunidad que recibimos con mucha alegría acompañada con lágrimas”, dice Edilma Lucumi, portadora y gestora de la fiesta en el corregimiento de Chagres, Jamundí. Un día después de la declaración, su comunidad se reunía para la fiesta más grande del pueblo en el año, la Adoración al Niño Dios.
Es un tradición milenaria que tiene sus raíces históricas en el época de la esclavitud. Las personas negras esclavizadas provenientes de la costa occidental del continente de África tuvieron que atender sus amos blancos durante las fiestas navideñas, así que tuvieron que correr su propia fiesta hacia febrero, mes en el cual disminuía su carga laboral. Los lugares donde se celebra la fiesta hoy, son resultado, por un lado, de palenques fundados por negros cimarrones o, por otro lado, de personas esclavizadas que se asentaron cerca de las haciendas azucareras después de la abolición de la esclavitud en Colombia en 1851. Debido al contexto histórico, para muchos habitantes de la región la fiesta se vuelve un símbolo de la lucha por la libertad y la preservación de la identidad cultural. Patricia Zamora, gestora cultural de la vereda Cascajal en El Hormiguero, enfatiza que “nos identifica mucho, nos representa, nos recuerda de nuestras raíces, entonces para nosotros es algo grande. Cada vez que se acerque el momento, ya vamos sintiendo esta emoción y cuando se termina, creemos que vuelve pasar rápido ese año para que se vuelva empezar.” Son muy pocas familias que viven hace mucho tiempo en la vereda y la familia de Zamora fue una de las principales que mantiene la tradición.

La UNESCO, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, resalta la importancia del patrimonio para construir nuestra memoria colectiva y nuestra identidad. El Patrimonio es el conjunto de bienes culturales y naturales que hemos heredado de nuestros antepasados. Al contrario a manifestaciones culturales materiales como esculturas, sitios arqueológicos o monumentos, las manifestaciones culturales inmateriales como las Fiestas de Adoración al Niño Dios son el conjunto de tradiciones que se transmiten de generación en generación. Dependen de las y los portadores de estas tradiciones y su capacidad de mantenerlas en el tiempo.
Las fiestas entre diciembre y febrero varían de pueblo a pueblo. Mientras en algunos pueden tardar una noche, en otros se celebra varios días. Incluyen expresiones como las jugas y fugas, que son cantos y bailes colectivos de alabanza que mezclan elementos religiosos católicos y tradiciones africanas. Son los niños y jóvenes con vestidos elegantes que representan personajes de la Virgen María, San José, los padrinos, la estrella de oriente, los angelitos, los soldados, las gitanas, San Miguel Arcángel y los pastorcitos. Portan el Niño Dios en desfiles por las calles de los pueblos que están adornados con arcos decorados. Por supuesto, son acompañados por bailarines y una orquesta de jugas con instrumentos como tambores, clarinetes y saxofones. Se para en algunas casas donde se unen otros grupos o se recita versos, seguido por el coro “Que sea para bien”. El acto ritual culmina con una eucaristía y la instalación del pesebre por cada uno de los personajes. Cada niña o niño toma el micrófono y entona las jugas que le corresponden antes de entregar su cesta al pesebre. La noche sigue con música y conciertos donde todo el público baila juga de forma colectiva. Danza con los pies arrastrados y las manos detrás de la espalda, un gesto que simboliza cómo sus ancestros esclavizados se movían en tiempos de opresión. Uno de los momentos más importantes de la noche es la intervención de la mula y el buey. Es exclusivamente ejercido por adultos donde se alternan bailes, cantos y recitaciones.
En la jurisdicción de la Arquidiócesis de Cali se celebra estas fiestas religiosas en tres lugares. Mientras la fiesta en el corregimiento de Quinamayó en Jamundí ha cobrado mucha atención por medios nacionales e internacionales, la del corregimiento de Chagres en el mismo municipio y en la vereda de Cascajal en el corregimiento de El Hormiguero en Cali son menos visibles. Según Patricia Zamora la fiesta se celebra en su vereda hace más de 30 años siempre el último sábado de enero – esta vez cayó al 25 de enero de 2025. Por otra parte, en Chagres se realizó en los últimos años en diciembre gracias al esfuerzo del Consejo Comunitario de la comunidad en conjunto con la parroquia de Ntra. Sra. del Perpetuo Socorro en Robles.

Estas tres comunidades ubicadas en los municipios de Cali y Jamundí se unieron por iniciativa de la profesora Lucía Mina Rosero de Cascajal con otros del Cauca como Villa Rica, Guachené, Puerto Tejada, Caloto, Buenos Aires, Suárez, Santander de Quilichao y Padilla donde las comunidades afrodescendientes celebran estas fiestas. “Fue un trabajo arduo hace más de dos años de postulación, gracias a la perseverancia y ante muchos obstáculos que se presentaban en el camino”, recuerda Edilma Lucumi. “Fueron casi 20 reuniones presenciales durante dos años antes de entregar el primer documento a base de la información de las y los portadores de la manifestación en cada comunidad”, dice su hija Emelyn. Por supuesto, un reconocimiento ante del ministerio no es una tarea fácil. Requiere primero una investigación de la tradición en cada pueblo, segundo, la recolección de evidencias como fotografías, testimonios, danzas, versos, instrumentos y las muñecas del niño Dios, y, finalmente, la preparación de las presentaciones y la realización de varias fechas de sustentación ante los jurados. Tanto más grande fue el alivio enorme de los representantes de las comunidades, los músicos y bailarines el 13 de diciembre en Bogotá cuando 18 jurados unánimemente aceptaron su propuesta. El sonido de la juga y los bailes llenaron las instalaciones del ministerio con orgullo afrodescendiente del Suroccidente colombiano.
Según Patricia Zamora el reconocimiento es “un valor grandísimo y va a traer cosas buenas. Aunque siempre lo hemos hecho por propio sacrificio o a través de la ayuda de algunos proyectos, ahora nos va a conocer más para garantizar la permanencia de tradición.” Se espera del reconocimiento de la fiesta como patrimonio de asegurar su mayor protección y difusión, al mismo tiempo sensibilizar a las comunidades sobre la importancia para su identidad cultural. “Es de vital relevancia para nuestra comunidad porque garantiza que se conserva y se trascienda esta fiesta ancestral en los tiempos. Por esta razón, tratamos de crear un semillero de niños y jóvenes que pueden seguir nuestra tradición en el futuro”, explica Edilma Lucumi.
Este artículo fue publicado por primera vez en el no. 290 del Año XXXIV de La Voz Católica. En este enlace puede consultarlo en la forma impresa del periódico de la Arquidiócesis de Cali.
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