“La esperanza no defrauda”, la bula del papa Francisco, convoca al Jubileo con el lema “Peregrinos de la esperanza”. Las guerras de hoy, en un orden individualista y consumista, minan la confianza en el futuro; pero son los pueblos quienes mantienen la llama viva.
El jubileo del Señor, según el Levítico, le daba un sentido diferente a la tierra y a la libertad: “un año santo, un año en que proclamarán una amnistía para todos los habitantes del país. Será para ustedes el Jubileo. Los que habían tenido que empeñar su propiedad, la recobrarán. Los esclavos regresarán a su familia”. Las razones que da el Señor son que “la tierra es mía y ustedes están en mi tierra como forasteros y huéspedes” (Lv 25, 23) y “todos son mis siervos, que yo saqué de la tierra de Egipto, y no deben ser vendidos como se vende un esclavo” (Lv 25, 42). Es decir, mucho antes de la colonización y de Laudato Sí, la ley que Dios ya le daba a Israel una forma de corregir injusticias como voluntad suya, como Dueño nuestro, a Quien conviene obedecer. Afro, indígenas y campesinos tendrían hoy una realidad muy diferente si este hubiera sido el orden establecido por los europeos en nuestra América. Los reyes magos cambiaron la comodidad de sus cortes para buscar al Mesías prometido y adorarle como Dios, profeta y rey. La estrella que los guiaba, nos llama también a seguir “el Sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tiniebla y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1, 78-79).
Jesús mismo inicia su vida pública al proclamar la profecía de Isaías y revelar que en Él se cumple el “Año de Gracia del Señor”. Va mucho más allá, a “llevar la buena noticia a los pobres”; “anunciar la libertad a los cautivos”, “dar la vista a los ciegos” y “liberar a los oprimidos”. San Pablo afirma que, gracias a su redención, “nada podrá separarnos jamás del amor de Dios” y que “nos gloriamos hasta de las mismas tribulaciones” porque ellas generan constancia, virtud probada y esperanza.
La historia del pueblo afro muestra un proceso muy especial cuando, a pesar de la opresión en que se encontraba, puso su esperanza en el Señor y abrazó el mensaje del Evangelio como suyo, cuando bien podía haberlo rechazado por el mal ejemplo de sus esclavizadores. Necesitamos profundizar en la historia para saber bien cómo el cimarrón, que luchaba por su libertad con lo poco que tenía, llega a pedirle a la Iglesia que venga a su territorio, le celebre misa y bautice a sus hijos. Después de la abolición, el mismo pueblo establecería sus propios lugares de peregrinación y veneración, como expresión rica y propia de su identidad dentro de la misma Iglesia. Hoy conviene recordar que no son pocos.
Valledupar tiene un mirador de varios metros de altura dedicado a su patrón, el Santo Ecce Homo, con el Cristo negro más grande de Colombia. Plan de Raspadura, en Unión Panamericana, Chocó, también tiene un santuario dedicado al Santo Ecce Homo, donde el pueblo puede hasta bañarse con agua bendita.

Estos dos se relacionan con el de Ricaurte, en Bolívar, Valle, porque la imagen se encontró milagrosamente en Istmina, Chocó, en el siglo XVIII y llegó como un regalo personal a esta población vallecaucana. Su historia tiene puntos comunes con la del Milagroso de Buga, la devoción más conocida en el suroccidente colombiano. Su santa madre se venera como la Virgen de las Mercedes en Istmina, así como la Virgen del Carmen en Riosucio y la Niña María en Carmen del Darién. La misma Niña ya tenía una relación con los indígenas cuando los españoles llegaron a Caloto, en el norte del Cauca. Cartagena tomó a Nuestra Señora de la Candelaria, en el cerro de La Popa, como símbolo de misericordia ante las calamidades y como vínculo fraterno para una población que dividieron la esclavización y las clases sociales. La devoción por la Virgen de Atocha en Barbacoas, Nariño, se extendió y se hermanó con Puerto Limón, Putumayo, probablemente el pueblo más afro ahí donde empieza la amazonia.
Sus devociones se entremezclan con la fiesta, como ocurre con San Pacho en Quibdó. Su celebración se prolonga por semanas, con comparsas que identifican cada barrio. También pueden acompañar la muerte, como sucede en Andagoya, Chocó, donde se reúnen los pueblos del San Juan para preservar sus cantos mortuorios tradicionales: alabaos, gualíes y levantamiento de tumbas.
Pocos han podido conocer de cerca todos estas experiencias y lugares de devoción. No sucede así con la práctica común del pueblo, que se congrega ante la muerte de uno de sus integrantes, incluso desde lugares lejanos, para despedirle y acompañar a sus familiares. Esto puede verse en las funerarias de Cali o en los pueblos cercanos, en el Valle geográfico del Cauca. La Pastoral Afro, como acción evangelizadora de la Iglesia, tiene en los Encuentros de Pastoral Afroamericana y Caribeña (EPAs) lo más cercano a una peregrinación: los pueblos del continente se reúnen, ahorran y viajan para encontrarse, revisar y celebrar sus realidades sociales y eclesiales, a la luz del Evangelio y junto a sus obispos. El próximo EPA, el XVI, será en Luján, Argentina, en la Diócesis de Merlo-Moreno, del 3 al 7 de noviembre de 2025. Cada una de estas devociones, fiestas y encuentros, vistos aquí con rapidez, son apenas una muestra de las muchas posibilidades de cada región y nación. El pueblo encuentra la esperanza y se mueve con alegría hacia donde puede fortalecerla, renovarla y compartirla con todos los pueblos de la tierra.
Este artículo fue publicado por primera vez en el no. 291 del Año XXXIV de La Voz Católica. En este enlace puede consultarlo en la forma impresa del periódico de la Arquidiócesis de Cali.
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