El 5 de julio Cali despertó con la noticia del fallecimiento de Maura Hermencia Orejuela de Caldas, símbolo de la cocina tradicional del Pacífico colombiano. Su corazón dejó de latir en su residencia, cerrando el ciclo vital de una mujer que no solo supo conservar los sabores de su tierra natal, Guapi, sino que también defendió, enseñó y compartió con el mundo la riqueza de una cultura entera a través de la cocina y la música.
A sus 87 años, Maura era más que una cocinera: era una sabia, una maestra, una memoria viva del Pacífico. Desde la década del 50, cuando llegó a Cali, no dejó de sembrar identidad, formar a nuevas generaciones y abrir caminos que permitieron que los sabores del manglar y los cantos de río fueran reconocidos en grandes escenarios. Su mesa era un altar de saberes ancestrales y su voz, una enciclopedia de historias que transitaban entre recetas, ritmos y rezos.
Dos noches de velorio
Su velorio fue, como su vida, una mezcla sagrada de fe, tradición y comunidad. Durante dos noches, familiares, amigos, y vecinos se congregaron para acompañar su cuerpo con oraciones, cantos y abrazos largos que parecían detener el tiempo.
Cada noche comenzaba con el rezo del Santo Rosario. Se pedía a la Virgen María su intercesión por el alma de Maura, y se tejía un ambiente de recogimiento donde las palabras del Ave María se volvían un canto colectivo de fe, esperanza y despedida. En cada misterio, se entrelazaban los recuerdos: su voz suave dirigiendo una receta, su sonrisa cómplice al contar una anécdota de fogón, su presencia maternal enseñando a jóvenes cantoras a no olvidar sus raíces.
Un homenaje musical a su espíritu
Pero como en su natal Guapi, donde la música acompaña tanto la vida como la muerte, el velorio de Maura también se transformó en una ceremonia sonora. No fue jolgorio, ni fiesta profana: fue una experiencia profundamente espiritual, en la que el alma de la difunta parecía manifestarse en cada marimba, en cada cununo, en cada instrumento, en las voces que se alzaban para recordarla.
Uno a uno, fueron llegando músicos, cantaoras, intérpretes, viejos amigos y nuevos admiradores. Junto a su ataúd, se acomodaron guitarras, clarinetes, bombos, guasás, cununos y marimbas. El canto no rompía el silencio: lo llenaba de sentido. Porque en la cosmovisión del Pacífico, la música no es solo alegría: es una forma de hablarle a los espíritus, de acompañar el tránsito del alma hacia la eternidad.
Canciones que a ella le gustaban, versos improvisados que narraban su historia, alabanzas que brotaban desde el fondo de la tradición oral… Cada nota era una caricia del recuerdo. Cada golpe de marimba era una forma de decir “gracias”.
La música como puente con el más allá
Es importante aclarar que este acto musical no debe ser confundido con un momento de celebración mundana. En estas expresiones culturales, donde canto y duelo se funden, no hay contradicción. Es la forma que tiene el pueblo Afrocolombiano, negro, de expresar lo indecible: la pérdida, el amor, el reconocimiento. A través de la música, se crea un puente invisible con el alma del fallecido. Se le habla, se le acompaña, se le honra.
Así, en medio de lágrimas y palmas, los presentes no solo despedían a Maura: la traían de vuelta por unos instantes. La sentían ahí, sonriendo desde la eternidad, moviendo los hombros con el ritmo, tal vez saboreando en el alma el eco de una canción que le alegró la vida.
Maura: semilla que seguirá floreciendo
El legado de Maura Orejuela no termina con su partida. Queda en sus recetas, en sus enseñanzas, en los sabores que defendió con dignidad y en la música que siempre la acompañó y que pueden encontrarse en su libro “Sabor a Maura”. Su velorio fue testimonio de una vida profundamente enraizada en la espiritualidad, en el amor por la cultura y en el compromiso con su pueblo.
Se fue como vivió: rodeada de comunidad, de fe, de música.
Y así, entre rosarios, cantos y tambores, el alma de Maura emprendió su viaje, mientras en la tierra su nombre quedará para siempre grabado como el de una mujer que cocinó la historia, y la sirvió con amor.
Que la Virgen María la reciba en su regazo. Que el cielo huela a encocado y se escuche la marimba. Y que nunca falte en nuestras mesas una oración por su memoria.
¡Maura vive en cada canto, en cada sazón, en cada corazón que se niega a olvidar!
Sin comentarios